Santificados

Alex Figueroa

Por lo cual, también, Jesús,  para santificar al pueblo

mediante su propia sangre sufrió fuera de la puerta”.

-Hebreos 13:12

¡SANTIFICACION! Palabra bíblica. Doctrina del Nuevo Testamento. Experiencia prometida. Experiencia comprada. Experiencia ofrecida. Experiencia obtenible. También es una experiencia ignorada. Experiencia desatendida. Experiencia no valorada. Experiencia mal entendida. ¿Qué significa ser santificados por Jesús?

Realmente, ¿Qué es la santificación? ¿Cómo definirla? Me aparto de darle una explicación simplemente doctrinal y teológica. Me importa más en este articulo, presentarla como lo que es UNA EXPERIENCIA QUE LE COSTO A CRISTO SU VIDA.

La definición de la palabra santificación es bien conocida por los estudiantes de las Sagradas Escrituras. Su definición incluye: purificación, ser separado para un uso santo, totalmente limpiado, perfección moral en lo que al pecado se refiere.

Sin embargo podemos conocer todos esos términos y caer cortos delante de la diana. No es simplemente el conocimiento teológico el que arregla nuestro dilema. Y ¿cuál es el dilema? –preguntará usted. El dilema es que entre tantos que conocemos la  definición de esta experiencia se ve tan poco de la misma. El problema de la carnalidad en el corazón del creyente no santificado es una realidad muy obvia. La carnalidad solo es juzgada en cosas muy alarmantes, pero el estrago mayor es hecho en pequeños actos que destruyen como lo hace la termita en la casa de madera. Es un daño que no se hace evidente hasta que la casa se daña de tal manera que no es posible vivir en ella normalmente.

JESUS MURIO FUERA DE LA PUERTA

El no murió dentro de Jerusalen. Murió cargando el oprobio de nuestra mezquindad y pecaminosidad. En el la ley de Moisés nos encontramos con la expiación por el pecado, la cual era hecha una vez al año. En ese día un cabrito llevaba simbólicamente los pecados del pueblo fuera del campamento. No podía haber contaminación en medio del pueblo. Jesús derramó su sangre allí en el terreno árido y polvoroso del Gólgota, que quiere decir el lugar de la calavera. Un lugar que olía a muerte. Un lugar despreciable y no frecuentado por los turistas que visitaban la hermosa ciudad de David.

Su muerte trató con los pecados de todos nosotros, y también con esa desagradable disposición que echa a perder la espiritualidad de nuestra vida. Pablo se refirió a esa condición como: “el pecado que vive en mí”  (Rom. 7:17). Pablo recordaba sus años anteriores cuando el luchaba con aquella condición que no le permitía hacer todo el bien que él quería hacer. Una de las razones por la que es necesario ser santificados por Jesús es porque, hay tantas cosas que no podemos hacer a menos que el “yo” muera con Jesús.

Nada contamina la vida de un creyente y seguidor de Cristo como lo hace el egoísmo de la carne.

La voluntad carnal pelea como un tigre para sobrevivir el sacrificio de su existencia.

La voluntad carnal no solo lucha por su sobrevivencia, sino que la excusa y la quiere revestir con una vestimenta religiosa. En ocasiones cristianos tratan de crear una falsa muerte del yo, haciendo buenas obras.

Pero no hay otro remedio para la carne si no es por medio de ser santificados por Jesús.

Es necesario salir a donde está Jesús. “Salgamos, pues, a El, fuera del campamento, llevando su vituperio”. Tenemos que ir a El, pues no podemos ser santificados sin Jesús. La santificación no es posible sin identificarnos con El en su muerte. Allí, ante su sangre derramada, tenemos que ser salpicados con esa bendita sangre que limpia de “todo pecado”.

LAS EVIDENCIAS DE NO HABER SIDO

SANTIFICADOS POR JESUS

Estas  evidencias   son  varias   y  no  siempre  tienen  la misma fuerza de expresión en todos. Algunas son más prominentes que otras.

Una de la que no se habla mucho es la falta de disciplina. Cuando falta la disciplina en cuales son nuestras prioridades, en no tener hábitos santos, en no ser conscientes del tiempo, en no hacer esfuerzos, en no saber oír. No podemos aprender mientras hablamos. No siempre podemos tener las cosas cuando las queremos. Es necesario esperar. Hay batallas que no tenemos que pelear. Toma disciplina para callar. No siempre es necesario querer justificarnos y dar explicaciones. Cristo nos enseñó a callar mientras lo acusaban. Callar no es señal de culpabilidad, sino de disciplina espiritual. Una disciplina que solo aprendemos cuando Jesús nos santifica. En las muchas palabras el pecado no está lejos. Especialmente cuando las usamos para justificarnos o defendernos.

Otra evidencia a la que no damos mucha atención es la irresponsabilidad.  A veces la clasificamos como algo genético. La irresponsabilidad se manifiesta en no tener sentido del tiempo, en nuestros hábitos al comer, en no asumir la posición correcta en las obligaciones matrimoniales. La falta de atención con la disciplina de los hijos. No ser responsables con nuestro tiempo a solas con Dios. Me refiero a la oración y el estudio de la Biblia. Hay quienes viven con la actitud de “lo que será, será”. Llegar tarde siempre a los cultos es una señal de irresponsabilidad. No mantener un hogar limpio. Estar endeudado es otra señal. Muchos oran para que Dios los saque de las deudas, cuando realmente debieran arrepentirse por haberse metido en ellas.  En ves de orar debieran cortar con tijeras sus tarjetas de crédito.

La irresponsabilidad es una actitud contraria a la diligencia que proviene del Espíritu Santo.

¿Cuánta irresponsabilidad hay en las palabras? Cuando hacemos promesas, ¿son cumplidas? ¿Nos tardamos en nuestros deberes? Aquellos que dependen de nosotros, ¿atendemos a sus necesidades?

En mis años de pastor, que ya llegan a los 44 años, he visto mucha irresponsabilidad pastoral. Existe una responsabilidad en los que somos ministros del Señor. No podemos ser “selectivos”. No debemos dedicar tiempo a ovejas que están “sobre-aconsejadas” y no atender a otras que necesitan un poco de nuestra atención. Dios llama a sus pastores a ser responsables de “todas” las ovejas, no solo de aquellas que nos alagan y nos agrada como son. Lo que quiero decir es que la irresponsabilidad no es exclusiva de las ovejas, en ocasiones alcanza a los siervos de Dios. ¡Dios me ayude a mí, que esté en mi lugar siendo responsable! Si hago acepción de personas, yerro lamentablemente.

Hace más de 20 años, en una conversación ministerial, alguien de quien aprendí mucho me confesó lo siguiente: “Una de las grandes necesidades de hoy es la de un ministerio santificado”. Esto lo he comprobado hasta la saciedad. ¿Cómo podemos esperar que las ovejas sean santificadas si los pastores no lo son?

La irritabilidad también es otra evidencia de la falta de la santificación efectuada por Jesús.

Si somos llamados a dar cuenta no hay necesidad de manifestar irritabilidad.

La irritabilidad tiene varios significados en el diccionario. Y siempre tiene que ver con algo que se inflama,  propenso  a  encolerizarse,   exacerbarse, que reacciona con señales de molestia. Estas evidencias, manifestadas en la vida de los discípulos, hizo que recibieran varias reprensiones del Señor Jesucristo. Jesús le habló fuertemente a Pedro y a varios otros personajes sin El mismo irritarse. Los niños se irritan fácilmente cuando se les pide explicaciones o son llamados a dar cuenta por algo hecho. Esto ocurre en ellos porque son niños. Nos recuerda como Pablo reprendió a los corintios por ser niños en su manera de comportarse.

La irritabilidad hace que creyentes se comporten inconsistentemente. Son como una pelota de “football”, la cual es tirada en el piso pero no se sabe para donde va a rebotar. Esto ocurre en ese tipo de pelota por no ser “uniforme”. Hoy oímos mucho de personas que son “bi-polares”. Yo los llamo, “bi-carnales”. Un día son dulces pero otro día son agrios. Un día son un ejemplo como consoladores, otro día son angustiadores. Y esto ocurre por causa de la irritabilidad que tienen dentro de sí.

Sicológicamente, es posible cargar con una condición de irritabilidad por años. En ocasiones esa irritabilidad va creciendo hasta tomar distorsionar la personalidad de una persona. La santificación de Jesús es el único remedio para esta condición.

La irritabilidad no le permite perdonar totalmente a quienes creemos que son agresores. Como pastor conozco de muchas situaciones donde heridas causadas en la juventud siguen saliendo a la superficie en las conversaciones de personas que ya están en la madurez de sus días.

Hablar de experiencias del pasado que causaron malestar o dolor en  nuestras vidas es una revelación de

una irritabilidad no erradicada. “A paz nos ha llamado el Señor”, dicen las Escrituras. “Bienaventurados los pacificadores” es la receta del Maestro para la felicidad.

El pacificador tiene que estar en paz consigo mismo y con su pasado, para poder actuar como pacificador.

¿Está usted en paz con su pasado? ¿Sigue siendo el pasado parte de su presente? Si la respuesta es no a la primera pregunta, y sí a la segunda entonces la verdadera felicidad se le elude y no la puede disfrutar.

No podemos estar irritados y gozosos a la vez.

Es por eso que la santificación de Jesús completa nuestro gozo.

Y por último menciono la evidencia de la lástima a sí mismo. Esta condición es enfermiza. La víctima siempre tiene a alguien como la causa de su miseria o angustia.

Cuando esa persona quien aparentemente es la causante de la angustia desaparece del panorama o ya no está presente en la vida de quien se cree la victima,  de pronto otro verdugo abusador parece salir de las tinieblas. Y nunca el dilema termina. El sufrimiento sigue porque la victima no confronta esto a los pies del Jesús que murió fuera de la puerta para santificar y erradicar ese mal.

La lástima propia hace un daño incalculable a las relaciones entre amistades, familiares y hermanos en la fe. Nunca se sacia. Necesita el alimento de la constante afirmación de otros. Se esfuerza desmedidamente por querer presenta un cuadro que no es el real. Le aterra verse como alguien que ha fracasado. No entienden que fracasar en algo no es ser un fracasado. Si fracasamos en algo, debemos admitirlo para poder levantarnos nuevamente y evitar el fracaso otra vez. No todos somos capaces de hacerlo perfectamente la primera vez. Quien quiera mostrarnos lo contrario no vive la realidad de la Biblia. David fracasó cuando trató de llevar el Arca del Pacto a Jerusalén, aprendió de su error. Lo intentó nuevamente y triunfó. Triunfó porque no se dio por vencido.

La Biblia contiene mucho casos como estos, los cuales no tenemos el espacio para tratarlos. Pero menciono uno más: Pedro falló grandemente cuando quiso aparentar lo que no era cuando Pablo lo encontró en su actuación no sincera con los gentiles. Pedro supo reconocer su error. No acusó a Pablo de no tener amor o de haberle pedido explicaciones. Venció la lástima propia y se propuso hacerlo correctamente. Pudo corregir su mal porque había sido santificado por Jesús. La naturaleza carnal de Pedro estaba muerta con Cristo.

La lástima propia es una pérdida de energía. Realmente no necesitamos la comprensión de los que nos rodean para poder vivir felizmente.  Esa comprensión es deseable pero no indispensable para nuestra felicidad.

La lástima propia lleva agarrada de la mano la falsa humildad o la falsa modestia. Todo esto es un atolladero emocional. ¡Gracias a Jesús por su santificación!

JESUS SANTIFICA

¿Pero yo creía que es el Espíritu Santo es quien santifica?

Quizás usted se haga esa pregunta.  Como respuesta teológica (en la cual no quiero introducirme) es el Espíritu Santo quien santifica (Hechos 15:8-9; Romanos 15:16), pero recordemos las palabras de Jesús en el

último discurso íntimo a sus discípulos:

“Pero yo os digo la verdad: Os conviene

Que yo me vaya; porque si no me fuera

El Consolador no vendría a vosotros, más

Si me fuere OS (yo) LO ENVIARÉ”.

-Juan 16:7

Jesús fue quien envió el Espíritu Santo para santificar a la iglesia.

“Pero cuando venga el Consolador, a quien

Yo os enviaré del Padre….”

-Juan 15:26ª

 

Es Jesús quien lo envió.

Fue Jesús quien tuvo que derramar su sangre para tratar con la naturaleza pecaminosa que queda en los que se arrepienten de sus pecados. Sin la sangre de Cristo no hay una santificación bíblica. Nada trata con el pecado SINO LA SANGRE. Es por eso que la santificación no es una experiencia gradual, sino instantánea. Pedro cambió instantáneamente en el día de Pentecostés. Sus complejos y temores se esfumaron aquel día. Y aquel que había huido dejando al Maestro en su hora de necesidad. Aquel que lo había negado tres veces, maldiciendo, AHORA SE LEVANTO, MIRANDO FIJAMENTE A LOS OJOS DE MILES, Y TRONÓ CON SU VOZ, DICIENDO: “A QUIEN VOSOTROS CRUCIFCASTEIS”.

El Espíritu Santo había aplicado la sangre a su corazón para santificarlo y llenarlo de su Poder.

Estimado, ¿has sido santificado por Jesús? La irritabilidad, la indisciplina y la lástima propia ¿son parte de un pasado ya conquistado? ¿Te ha santificado Jesús?

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