¿SABÍA USTED QUE….?

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La palabra “perfecto” ha sido causa de muchos debates, y también se ha convertido en una palabra ofensiva en círculos clasificados como cristianos. No son pocos lo que no se pueden tragar esa palabra. Su argumento es que nadie puede ser perfecto, sino Dios.

Sin embargo, hablan de la condición del templo como perfecta, la perfecta boda, perfecto verano, perfectas flores, perfecta comida, perfecto cumpleaños, perfecto regalo, perfecto momento, perfecta salud, y sigue la lista……. Pero cuando se habla de perfección cristiana se retuercen y se destornillan por completo. ¿Será que están buscando una excusa para vivir una vida que deja mucho que desear como discípulos de Cristo?

La palabra perfección tiene dos significados. 1. Alcanzar madurez. 2. Algo completo. Cuando Dios nos limpia de nuestros pecados cometidos y nos santifica de la carnalidad pecaminosa, Él ha completado su obra en el corazón en relación al pecado. Sin embargo,  hay espacio para crecer, mejorar y aprender.

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Jesús no reaccionó a los halagos que Nicodemo hizo de Él, al contrario, Jesús actuó como si no los hubiera oído. Jesús no se dejó impresionar  por   las  palabras  del   líder hebreo,

respondiendo: “Qué alegre me siento, al saber que por fin te has dado cuenta de mi persona, ve y cuéntaselo a los demás.”

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Los niños tienen un enfoque muy corto. Agarran algo, y no pasa mucho tiempo cuando la sueltan y agarran otra. Son distraídos muy fácilmente. No saben controlar sus lenguas. Dicen lo que les viene a su mente. No toman mucho tiempo para quejarse. ¿Han visto a un niño pequeño llorando porque quieren comerse un “bistec”? Viven totalmente despreocupados de su nutrición. No se preparan para el futuro. No se preocupan por su salud. ¿Han visto a un niño que les pide a los padres que lo lleven al médico o al dentista? Se asustan fácilmente. Son fáciles de impresionar. Necesitan mucha atención.

Oh, ¡Un momento! ¿Estoy hablando de niños o de algunos adultos?

La vindicación, defensa o cualquier otra reacción que pudiera existir, debe venir de Dios; no del hombre. El que se vindica a sí mismo no tiene un verdadero conocimiento de Dios. Nadie en la tierra tuvo más autoridad que Cristo; sin embargo nunca se defendió. Autoridad y la defensa propis son incompatibles. Aquel de quien usted se defiende se convierte en su juez. Se pone por encima de  usted cuando usted comienza a responder a sus críticas. El que habla a favor de sí mismo está bajo juicio; por lo tanto, carece de autoridad. Cada vez que uno trata de justificarse, pierde su autoridad.

Pablo se puso ante los corintios como autoridad delegada, y dijo: “Ni aún yo me juzgo a mí mismo” (1 Corintios 4:3).

La vindicación debe venir de Dios. Cuando usted se justifica le permite a la otra persona a ser su juez.

Nadie en el Antiguo Testamento superó a Moisés como autoridad establecida de Dios; no obstante fue el más manso de los hombres de su generación.

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No son las grandes montañas las que nos hacen tropezar, sino las pequeñas piedras en el camino. Solo un necio chocaría contra una montaña. Por lo tanto, no se fije tanto en las montañas, más bien,

preste atención a los baches y a las pequeñas piedras. Y, ¡atención! el  camino está lleno de ellos.

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En la Edad Media, Luis IX (1214-1270) llevaba la Biblia a todas sus expediciones militares. El ejemplar de esta Biblia se conservó en la Biblioteca Nacional de Francia. Es un pequeño libro, una verdadera Biblia de bolsillo, hecha según sus instrucciones. En el campamento se la explicaba a los oficiales que no sabían el latín.

Durante su reinado apareció la primera Biblia traducida en francés, en el año 1250.

Juan el Bueno (1319-1364) fue el primer rey francés que se esforzó en promover esta traducción. En la famosa batalla de Potiers llevó consigo la Biblia. Los ingleses la tomaron y dicho ejemplar se halla en el Museo Británico de Londres.

La reverencia por las Sagradas Escrituras era real en muchos de estos reyes.

 

 

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