Avivamiento

SIN UN AVIVAMIENTO, ¿QUÉ?

Si en nuestro tiempo no tenemos un avivamiento, las cosas seguirán como están, Y NO ESTAN BIEN. Las cosas no están como deben estar en el pueblo de Dios. El espíritu Laodiceano, dice tratando de defenderse que de nada hay necesidad, que todo está color de rosa, que no hay necesidad de alarma  y mucho menos expresar insatisfacción, sin embargo, las evidencia dicen todo lo contrario.

Sin un avivamiento seguiremos teniendo esos “momentos” que nos tratan de hacer sentir que ese es la CULMINACION DE LO QUE PODEMOS ASPIRAR. Sin un avivamiento nuestras comunidades seguirán sin ser afectadas radicalmente por el Espíritu de Dios. Sin un avivamiento,  la niñez y la juventud cristiana seguirá su camino pasivo sin tener pasión por Dios. Sin un avivamiento no habrá el verdadero peso por el mundo pecador que nos rodean, seguiremos orando para que se conviertan, sin sentir el dolor de su condición. Sin un avivamiento no habrá un verdadero arrepentimiento entre los creyentes por no haber servido a Dios el 100%, y seguirá reinando la conformidad y la apatía. Sin un avivamiento no nos veremos como Dios nos ve, y seguiremos juzgándonos a sí mismos por nuestras impresiones e imaginaciones, no haciendo caso a nuestro pobre y escaso fruto. Sin un avivamiento, seguiremos existiendo sin verdaderamente conquistar. Sin un avivamiento marcharemos semidesnudos en nuestra generación, mientras le decimos a otros que se dejen revestir de Cristo. Sin un avivamiento no tendremos una clara revelación de la santidad de Dios, entonces, el alma comprenderá el por qué de nuestro bochornoso funcionamiento

Necesitamos una revelación que nos haga clamar como el profeta Isaías: “¡Ay de mi que soy muerto! La pérdida será demasiado grande si no tenemos un avivamiento. Un avivamiento nos hará ver lo que no vemos hoy, porque  veremos a través de los ojos de Dios.

Un avivamiento derrite, conmueve, humilla, sacude, quebranta, desnuda y reposiciona la iglesia.  No queremos aceptar una existencia sin un avivamiento. Escogemos no engañarnos a nosotros mismos. Debemos preferir ser quemados con el fuego abrasador de fundiciones, hasta que nuestros montes personales se escurran ante la Presencia del Altísimo, que asumir una posición de enfermiza apatía, diciéndole a los que nos rodean:  ¡que bien estamos!

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