¿Por qué lloras?

¿Por qué lloras?

Pastor Alex Figueroa

“Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras?

-San Juan 20:15ª

La Biblia es un libro de llanto. .Abraham, José, Rut, Ana. Samuel, David, Jeremías, Isaías, Esdras, Ezequías, Pedro, Juan, Pablo, Jesús, y aún muchos otros, lloraron.

Lo alentador de esta realidad es que, para los hijos de Dios el llanto no es para siempre (Salmo 30:5). Y no necesariamente nos referimos al fin, sino en esta presente vida. Los hijos de Dios no vivimos llorando. El lloro es sólo por un tiempo. Somos bendecidos por tener al Consolador.

Aquella mañana insegura y emocional contenía en su profundidad una de las experiencias más gloriosas que cambiaron el rumbo de la historia para siempre.

Jesús había sido sepultado, y con El las esperanzas de un grupo de seguidores que realmente no habían captado la promesa de la resurrección. Entre algunos de los que habían oído rumores de sucesos extraños se encontraba María Magdalena. Su corazón estaba quebrantado. Su amado Maestro había sido ejecutado por la maquinaria militar de Roma. Jesús había sufrido uno de los métodos de ejecución más terribles existentes.    Para María, así como para los seguidores del Mesías, las promesas, los milagros, las sanidades y las pruebas manifestadas por El parecían haberse desaparecidas en aquel triste amanecer.

María fue a la tumba. ¿Qué buscaba María? ¿Qué busca un familiar cuando visita la tumba de un amado? ¿Qué trata de lograr mirando el lugar que ha tragado a su ser querido?

El salmista dijo: “En El confiaré….” No tenemos porque dudar del cuidado de Dios o que El nos dejará. No hay decepción con El. Podemos habitar confiados en que el Señor proveerá una salida. Sus promesas son verdad y seguras. El es el único que no cambiará sus pensamientos hacia nosotros (a menos que nosotros cambiemos los nuestros hacia El).  Su  intención sigue siendo la de hacernos bien. Pero en aquella extraña mañana María estaba en busca de algo. Finalmente se encontró con Jesús, aunque ella no lo reconoció en ese momento.  Los ángeles con ojos compasivos le preguntaron: “Mujer, ¿por qué lloras?

LA PREGUNTA AL MUNDO

¿Por qué lloras? ¿Lloras de frustración, de lástima, de rabia, de impotencia, de dolor, de culpabilidad? En el mundo algunos pueden responder: lloro porque mi vida no tiene significado. Lloro porqué he perdido mi esperanza y mi fe.  Lloro porque estoy esclavizado. Lloro porque me encuentro en un laberinto y no veo la salida.  Lloro porque no sé donde han puesto al Señor. No sé donde El está. ¿Cuántos en el mundo no saben dónde está el Señor?

Oh, no lloro porque soy sentimental. Lloro porque hay una razón espiritual. Lo necesito a El. No puedo oír su voz. Mis ojos no lo contemplan. Así se sintió Job. El no encontraba a Dios en medio de tantas calamidades y tragedias. Sin embargo El Señor sí sabía donde Job estaba. María no sabía donde estaba el Maestro, pero el Maestro sabía dónde estaba María. Ella trató de razonar frente a la situación dolorosa de la desaparición de Jesús, y dijo: “se han llevado a mi Señor”. Le aseguro que nadie puede llevarse a Jesús.

Pecador, si lloras por tus pecados, Jesús dijo: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación”. Jesucristo siempre consuela a los que lloran por su condición espiritual. Si lloras por las razones correctas encontrarás que El puede enjugar tus lágrimas.

LA PREGUNTA A LA IGLESIA

¿Por qué lloras, iglesia?  Lloro porque el tiempo presente me constriñe.

Joel 2:15 revela que las condiciones de entonces era para que, desde  los sacerdotes hasta los niños lloraran ante  la Presencia del Dios ignorado y arrinconado.

Lloro porque tengo hambre y sed de Ti, oh Dios. Lloro porque me siento cansado de tratar de mostrar lo que no es. Lloro porque quiero oír tu voz, quiero sentir tu calor. Lloro por seguir una agenda que no produce lo que hoy necesitamos. Lloro porque otros no lo ven. Lloro porque veo un conformismo letal. Lloro porque otros, en tiempos de antaño fueron recipientes de la poderosa manifestación de tu Presencia en avivamientos conmovedores. Lloro porque nos hemos acostumbrado al ensamblaje de nuestra propia religiosidad, y nos sentimos cómodos con ella. Lloro porque temo que fallemos en poder ver en nuestros días lo que tanto necesitamos.

Pero mientras lloramos por no verlo en su gloria, recuerdo que El no está lejos.   El está cerca. Cristo le dice a la iglesia de Laodicea: “He aquí, estoy a la puerta y llamo….si alguno oyere mi voz….” Estas son palabras dirigidas a la iglesia tibia, a la iglesia conformista, que cree que lo tiene todo, que no tiene nada que arreglar ni ajustar.

“Déjame entrar”, dice el Señor. “Hay una comunión especial que quiero que disfrutes conmigo”. El punto que quiero hacer resaltar es que, EL ESTA CERCA. El está al otro lado de la puerta. Esta misma lección la vemos en el libro de Cantares, donde el amado trata de entrar para tener comunión con su esposa, pero ella se demora al abrir la puerta, y cuando por fin decide abrir ya él se había ido.

Dice Cantares 5:5-6 “Yo me levanté para abrir a mi amado, y mis manos gotearon mirra, y mis dedos mirra que corría sobre la manecilla del cerrojo. Abrí yo a mi amado; pero mi amado se había ido, había ya pasado…”

Ella se conmovió en su corazón, fue movida a gemir. Solo así pudo tener otra oportunidad de encontrar a su amado. Si solo hubiera sido solícita en su reacción cuando lo tuvo tan cerca no hubiera tenido que pasar por el momento angustioso que sufrió después.

El amado no está lejos de nosotros, no tenemos aparentemente oídos ungidos para oír su voz apacible, ni su susurro tierno. PARECE QUE LO QUE NECESITAMOS ES UN GRITO DE PARTE DE EL. El oído espiritual tiene la tendencia a embotarse, pierde el “filo”, la agudeza. Creo que por esa razón Dios tiene un ministerio de             SIETE TROMPETAS. El sonido de la trompeta nos prepara para la batalla, y nos ayuda a no dormirnos. Ese sonido certero nos advierte, nos pone en posición de ATENCION.

¿Por qué lloras, iglesia? Lloro por no hacer caso a tu voz cuando estuviste cerca. Me he despertado por causa de la trompeta, pero cuánto tiempo perdí cuando dormía en mi indiferencia y en mi egoísmo. Eso me duele y no puedo evitar las lágrimas. Lloro porque comprendo cuanto me amas, oh Amado, y cuan mezquinamente he correspondido a ese amor.

1.            ¿Por qué lloras, mujer? Cuando María Magdalena le contestó acerca de su dilema, el Señor solo dijo: “¡María!”. Esa sola palabra la sacó de su estupor y embotamiento. ¡Qué maravilloso es saber que Jesús conoce nuestro nombre! Llega el momento donde podemos dejar de llorar.   Dios le dijo a Juan:      “No llores más, el León de la tribu de Judá ha vencido para abrir el libro……” (Apoc. 5:5). Después del lloro viene la consolación y el regocijo. Me temo que vivimos tiempos cuando en vez de regocijo se debe tener un tiempo de lágrimas. La consolación es para los que lloran. El gozo es para los que han estado en un estado de luto y tristeza, pero han reconocido su necesidad a tiempo.

2.            Tal era la pasión de María, que no pensó en su incapacidad como mujer para cargar el cuerpo del Señor. Ella insistió cuando confundió a Jesús con el hortelano que le dijera donde él había puesto al Señor, y ella lo llevaría. Pero Jesús no necesitaba que lo llevaran, El había resucitado PARA LLEVAR A MARIA. Y no solo podía llevar a María, pero también a cada uno de nosotros. El ha resucitado para llevarlo a usted, para llevarme a mí. Yo tengo un límite, PERO EL NO TIENE LIMITES. SUS RIQUEZAS Y RECURSOS SON INCALCULABLES E INESCRUTABLES.

3. María lloraba por un Cristo muerto. Nosotros sabemos que El resucitó. Si vamos a llorar, lloremos por nosotros y por nuestra condición.  Me recuerdo las palabras de Jesús: “No lloréis por mí, más bien llorad por vosotros y por vuestros hijos”.

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