Un Tributo


Este tributo lo dedico a la memoria de mis queridos padres. Pero no lo hago desde el punto de vista de ellos como tales, sino por su abnegado servicio en el Reino de Dios hasta el día de su partida.

Como hijo puedo expresar cosas muy bellas acerca de estos padres que fueron Cándido María Figueroa (quienes todos recuerdan como el hermano Antonio Figueroa), y la hermana Eusebia Irene Vigoa de Figueroa  (recordada como ha hermana Irene). Hago un esfuerzo para no introducirme en la parte sentimental y familiar. Lo que ellos significaron para mí, y sin duda para mi hermana Anna, pastora de la congregación de la Iglesia de Dios en Tampa, Floridano es fácil explicar.  La hermana Anna ha pastoreado la congregación en Tampa, desde la jubilación de nuestro padre, quien por causa del deterioro de su salud se vio en necesidad de entregar su pastorado.  Pero, aún así, se mantuvo activo, predicando en Tampa y cuando nos visitaba en Miami.  Era su gozo pararse detrás del púlpito sagrado para predicar la Palabra de Dios

Los hermanos Figueroa vinieron de Cuba, trayéndonos a  nosotros, sus dos hijos, en el año 1962. La razón de su salida de Cuba fue la de comenzar a trabajar en la ciudad de Tampa, para levantar una congregación de la iglesia de Dios. Phyllis V. Griffin, quien fuera misionera en Cuba por varios años, fue el medio usado para que mis padres fueran reclamados y pudieran salir de Cuba.

Fueron años difíciles para este matrimonio, todavía jóvenes y con dos hijos en un país extranjero. En esos años no existía una población cubana tan extensa como hoy lo hay en Tampa. Estos fueron años de trabajo arduo y muchas privaciones de comodidades y beneficios materiales.

Nuestro padre fue un pastor ejemplar en todo el sentido de la palabra. Su consagración al trabajo pastoral y al alcance de las almas perdidas siempre ha sido un desafío en mi vida. Un hombre sencillo, sin una educación especial, pero lo que le faltaba en conocimientos escolásticos le sobraba en el amor por las almas y el amor por el mensaje de la sana doctrina.

Pocos fueron los lugares a los que llegó que no causara una grata impresión. Pocas fueron las personas que lo llegaron a conocer que no los ganara con su sonrisa, su agudo sentido del humor, pero a la vez  haciendo insistencia en la necesidad de ser salvos. Aún en las tiendas, no sabiendo el idioma inglés, lo confundían como uno de los supervisores o jefes de las mismas.

Un hombre pulcro en su presencia personal. Siempre me decía: “Hijo, nosotros representamos la Iglesia de Dios”. De él aprendí el comportamiento de un esposo y la abnegación de un padre. De mi padre y mi madre aprendí el orden de un hogar, el valor de la familia, y la consagración a la causa de Jesucristo. Mi madre fue una gran cocinera (pienso que cada hijo tiene el derecho de decir lo mismo de su madre), ella me enseñó a tratar con la cocina, de ella aprendí las primeras lecciones culinarias, y desde una temprana edad me atrajo la idea de cocinar, lo cual mantengo todavía a la edad de 64 años.

Nuestra madre tenía un don espiritual en el trabajo de la enseñanza de los niños. Ha sido la mejor maestra de niños que jamás he visto. En nuestra congregación en Miami, tenemos hermanos adultos que todavía recuerdan sus clases de La Escuela Bíblica de Verano. En ocasiones nos visitó para dirigir esos tiempos de enseñanza. Los niños eran su pasión. Su don era tan peculiar que, hasta los mayores eran cautivados en su atención al oírla y verla como mostraba las verdades del evangelio de aquella manera tan atrayente. Algo que no quiero dejar fuera fue la habilidad espiritual de mi madre de poder ver en una persona más que lo que los ojos humanos ven. Tenía discernimiento. En ocasiones, recuerdo decirle a mi padre: “Antonio, esa persona………”. Una mujer no muy expresiva con palabras, pero con un corazón ejemplar.

Algo que distinguía a nuestros padres era su don de hospitalidad. Visitar la casa de ellos era un oasis para los hermanos. Raro era el día cuando alguien no pasaba con algún cariño o simplemente para saludarlos. Ese don de hospitalidad es uno de los requisitos en el ministerio. Y ellos lo practicaron de una manera ejemplar.

Nuestro padre no era un predicador de grandes profundidades proféticas, pero su exposición del evangelio trajo a muchos a los pies de Jesucristo. El Espíritu de Dios lo usaba grandemente en transmitir el mensaje del evangelio. Los oyentes se sentían atraídos por su forma de predicar a Cristo. El se sentía atraído hacia los jóvenes, le gustaba pasar tiempo con ellos, y algunos con cariño lo llamaban “Figue”.

Recuerdo los muchos  consejos de mis padres. Me dijeron cosas que yo no entendía. Después lo entendí. Yo no veía lo que ellos a su edad y con su experiencia podían ver.

Casi toda la población de Tampa, especialmente en la zona de Ybor City en Tampa conocía de Antonio Figueroa. En su funeral pudimos ver el desfile de personas, que aunque no eran  parte de la congregación, vinieron a rendir sus respetos a aquel Tampeño Cubano que vivió para servir a Dios y a su prójimo.

Su ministerio lo llevó a  viajar a Guatemala con el propósito de alcanzar a ese país con el mensaje de la iglesia de Dios, donde hay frutos todavía de ese esfuerzo. Los pastores americanos que no podían entender el español se sentían atraídos hacia aquel pastor cubano que, aunque no hablaba el idioma inglés, comunicaba su pasión y buen ánimo con una sonrisa lista en sus labios. Era su costumbre llevar caramelos de menta en sus bolsillos, y en ocasiones sorprendía a algunos ofreciéndoles uno de ellos, a veces hasta la envoltura la quitaba.

Han pasado muchos años desde su partida. Hoy los recuerdo con mucha admiración por su dedicación y su ejemplo. No vivieron para ellos. Vivieron para servir a Dios. No creo posible que pudiéramos haber tenido mejores padres. Nadie es perfecto como padre o como madre, yo estoy lejos de serlo, pero puedo decir que dieron todo lo que tuvieron  para la gloria de Dios.

Añado a continuación el sentir de la hermana Carol Figueroa, mi esposa de 44 años desde la perspectiva de una extraña que llegó a ser parte de la familia Figueroa.

No fui criada con la figura de un padre en mi niñez, por lo tanto lo que ví en “papi” como así lo llamaba cariñosamente, fue lo que yo conocía que la Palabra de Dios dice. En todo tiempo lo vi en control de su hogar, pero con compasión y amor. Eso me desafió mucho. Pude entender que esposos pueden estar en desacuerdo y a la misma vez amarse. Papi y mami pasaron por muchas circunstancias duras, pero siempre sirvieron a Dios con una misma mente y un mismo corazón.

Pero lo que más que me emociona es como ellos pudieron rendir a sus hijos al Señor sin ninguna reserva. Especialmente al darme a su hijo con quien contraje matrimonio. Yo soy americana de nacimiento. Yo vine a la familia Figueroa con una cultura diferente a la de ellos, un idioma diferente,  sin embargo me recibieron, no para querer cambiarme, sino para aceptarme en la familia.

Ellos tuvieron sabiduría de Dios para dejarme a mí ser yo. Consiguiendo con eso enriquecer la vida de su hijo en el futuro. Ellos buscaron la dirección de Dios no solo para guiar su congregación y a otros, sino para dejarle legado a sus hijos?

Su ejemplo como abuelos a sus nietas alcanza hasta el día presente. Nuestras hijas ya son madres, pero tienen viva las memorias de las lecciones aprendidas de sus abuelos. Ellas vieron lo que significa verdaderamente darse totalmente a Dios.

Mucho puedo añadir, pero al recordarlos a ambos, puedo decir  que fueron un ejemplo vivo en el mundo en el cual vivieron.

Un matrimonio, servidores de Jesucristo y su Iglesia son dignos de ser recordados con admiración y honra. Nos dejaron lo que es un verdadero legado.  Amén.


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