El Tabernáculo

Siempre hay lecciones que podemos aprender de los tipos y anti-tipos revelados en las Sagradas Escrituras.

No es diferente con la edificación del tabernáculo que, bajo la dirección de Jehová, Moisés levantó en el desierto.

Dios lo llamó el TABERNACULO DE REUNION.

LA NECESIDAD

El Señor Jehová lo vio como una necesidad. Este tabernáculo (una casa de campaña, compuesta de pieles y madera movible) serviría como un lugar donde Dios se reuniría con su pueblo. Es importante hacer nota acerca de que el pueblo no entraría a adorar. Solo los levitas (miembros de la tribu de Leví) consagrados para la labor sacerdotal podrían tratar con el asunto del tabernáculo. El tabernáculo es un símbolo de la obra redentora de Jesucristo. Todo en él, representa algo de la gloria del Hijo de Dios. Pero también el tabernáculo es símbolo de nuestra relación con Dios, y el plan celestial que nos une a Él.

Para Israel, el tabernáculo significaba que Dios estaba con ellos. Cristo es visto como el tabernáculo de Dios con los hombres (Juan 1:14). También lo es la iglesia del Nuevo Testamento (Apoc. 21:1-3).

La ley fue dada para condenación. El tabernáculo, para redención. Mientras que la ley les daba conocimiento del pecado  y los acusaba, el tabernáculo los redimía diariamente, y los expiaba una vez al año.

Podemos decir que el tabernáculo era el lugar entre Dios y los hombres. Si los israelitas querían a Dios tenían que venir a El  por medio del tabernáculo.

NUESTRO TABERNACULO

Ya que la iglesia es llamada “el tabernáculo de Dios con los hombres”, me propongo compartir con el lector, lecciones aprendidas del tabernáculo revelado en el libro de Éxodo.

Hay cuatro verdades que resaltan acerca del tabernáculo:

EL TABERNACULO TENIA QUE SER LEVANTADO. “…harás levantar el tabernáculo”.  Si deseamos que Dios esté con nosotros, es necesario levantar un tabernáculo para su habitación.

En su discurso a los hermanos en Jerusalén, Pedro citó las palabras del  profeta Amós cuando hizo referencia a la reedificación del tabernáculo que David le levantó a Dios (Hechos 15:14-16). Este tabernáculo o tienda de pieles fue levantada por David. El tabernáculo de Moisés ya no existía. El arca del testimonio no tenía un lugar. David hizo un lugar para el arca.

Espiritualmente, esa lección es aplicada por el apóstol Pedro. En ese momento el apóstol hace énfasis que nosotros somos como el tabernáculo de David. Somos un tabernáculo de adoración ante  Dios.

No podemos ser cualquier tabernáculo. Tenemos que levantar uno que sea digno de Su Presencia.

Levantar implica esfuerzo. No podemos ser holgazanes en este asunto de nuestra alma y su relación el Creador.

La primera lección del tabernáculo es que TENEMOS QUE LEVANTAR NUESTRO TABERNACULO.

Jesús vino para redimir al hombre caído moral y espiritualmente, haciendo posible que,  por medio de su Espíritu El habite en nuestros corazón por la fe. “Es Jesucristo en nosotros, la esperanza de gloria”.

Es necesario entender que no es levantar algo por la simple razón de levantar. Tiene que existir la razón legítima. Y no digo “una razón legítima” porque solo hay una razón legítima, y ella es la de que Dios se digne en habitar en su santo agrado del tabernáculo que le hemos levantado.

Dios no acepta cualquier cosa, no importa cual sincera y  esforzadamente lo hayamos hecho. El Dios de Moisés es específico.

Este tabernáculo tiene que SER SANTO  y CONSAGRADO SOLO PARA EL. Nadie más tendrá una parte de ese tabernáculo. Ni la parte más pequeña. Todo será de El, por El y para El (Romanos 11:36).

EL TABERNACULO TENIA QUE SER ORDENADO. “y la pondrás en orden”.

Nunca se vio una sociedad tan desordenada. El desorden está de moda. Que el mundo tenga desorden es de esperarlo, pero no debe existir en aquellos que queremos levantar un tabernáculo para la Presencia de Dios. Pablo le recuerda a la iglesia de Dios en Tesalónica que tanto él como los que con él andaban no se habían comportado desordenadamente entre ellos (2 Tes. 3:7 y 11), y los reprenden por la forma desordenada en la que algunos de ellos se comportaban.

Debemos tener orden en nuestra vida. A Dios le agrada el orden.

Cuando Jesús multiplicó el pan y los peces separó la multitud en grupos de cincuenta. El Señor estableció el orden para el repartimiento de los alimentos. Dios puso en orden su creación.

“Y la tierra estaba desordenada y vacía” (Génesis 1:1-2). Pero el Espíritu de Dios se movió y ordenó todo lo creado hasta entontes.

La plaga del desorden ha hecho daño en los hogares. Tanto en los matrimonio como en la crianza de los hijos.

El desorden en la fuerza laboral ya es una epidemia. Los horarios no son respetados. Llegar tarde es una práctica laboral que cuesta cientos de millones anuales a las corporaciones. La holgazanería es algo que ha infectado a nuestra sociedad, especialmente a la niñez y la juventud.

Lo mismo se puede aplicar a la vida espiritual. El desorden en las prioridades de tener un tiempo de devoción diaria. Orar al comenzar el día y al terminarlo. Meditar en la lectura de la Biblia es para muchos algo que es bueno pero no imprescindible.

El desorden en la adoración y la alabanza en los templos religiosos del mundo está de moda. El movimiento carismático ha hecho una obra eficaz al cambiar el ritmo sagrado y santo que debe haber ante un Dios Sublime y Altísimo. “Hacedlo todo decentemente y con orden”, fue la exhortación del apóstol Pablo a la iglesia de Dios de Corinto.

Creyentes asisten a los templos en cualquier forma de vestir. Lo cual no lo harían si tuvieran que presentarse ante un magistrado terrenal.

Exhortamos al lector a entender que nuestro tabernáculo tiene que estar en orden. No es el orden que existe en un cementerio, sino el orden santo y sagrado de las cosas de Dios.

Pablo habla del orden del presbiterio. En 1 Corintios 12 y 14 él habla de ese orden, expresando palabras, como: “primeramente”, “después”, “luego” , “el espíritu de los profetas debe estar sujeto a los profeta”, “Dios ordenó el cuerpo”. , etc., etc.

Cada mueble en el tabernáculo estaba puesto en un lugar específico. Esto nos enseña que las buenas intenciones no son suficiente, hacer algo y decir: “Yo lo hago para la gloria de Dios” no es requerido ni lo apto. Es necesario hacerlo en el orden revelado en un patrón bíblico que emerge cuando escudriñamos las Sagradas Escrituras del Nuevo Testamento. Es el Nuevo Testamento el que regula este orden para la iglesia.

Hubo otra instrucció:.

EL TABERNACULO TENIA QUE SER UNGIDO.

“Y ungirás el tabernáculo”. Isaías hablo de cómo la unción de Dios destruye el yugo (Isa. 10:27).

La palabra unción se está usando para todo tipo de cosas extrañas.

En los movimientos carismáticos y pentecostales están abusando de la palabra unción. Cosas raras y extrañas son hechas en esos medios, y se lo atañan a la “unción”.

Es interesante y hasta causa risa lo que alguien hizo en un templo donde estas cosas ocurrían (yo conozco a tal persona), éste individuo que se cansó de ver que a tantas cosas le llamaban el producto de la unción, se paró y les dijo: “Aquí hay muchos ungidos, pero con aceite Goya”.

Le advierto al lector que esto no es para reírse. Millones de almas están abrigando una falsa esperanza por causa de una falsa unción. Esto es causa de que las almas se desvíen por un camino religioso. Ese camino no tiene salida en sí. Solo el evangelio puro y eterno nos puede librar de algo llamado incorrectamente “unción”.

La unción es importante porque expresa la Presencia del Espíritu Santo. El hombre herido en el camino fue restaurado por el Buen Samaritano, porque fue “ungido” con el vino y el aceite del Espíritu (Lucas 10:34).

El tabernáculo de Jesús fue ungido con el nardo puro  que María hecho sobre sus pies (Juan 12:3). En Mateo una mujer ungió la cabeza  del Señor (Mateo 26). Las palabras de Jesús en Marcos 14:8, fueron: “Esta ha hecho lo que podía, porque se ha anticipado para ungir mi cuerpo para mi sepultura”.

Ungimos a Jesús cuando derramos sobre El lo más precioso de nuestra vida. El desprecia las sobras que muchas veces hemos querido ofrecerle. Solo lo mejor es aceptable. Creo con convicción que ni lo mejor es lo que El quiere, sino LO QUE EL HA DEMANDADO.

En ocasiones podemos darle un regalo a un ser amado, que no es necesariamente lo que él o ella quisiera, pero es lo que nos gusta a nosotros. De la misma manera, no debemos ofrecerle a Dios lo que nosotros “creemos”, sino lo que El ya ha determinado.

En una ocasión el Señor reprendió fuertemente a Israel por lo que ellos le ofrecían, y les preguntó:   ¿“Por qué me ofrecéis lo que yo no les he mandado”?

La unción del tabernáculo estaba compuesta con una fórmula que el mismo Jehová había especificado. Ofrecer otra unción era un desafío y afrenta al carácter del Señor

Definitivamente que el tabernáculo de nuestra vida debe estar ungido por la UNCION DEL ESPIRITU. Leemos que el fruto de esa unción produce lo siguiente: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza….” (Gálatas 5:22-23). Si esto no lo tenemos somos como el metal que resuena  y el címbalo que retiñe (1 Corintios 13:1).

Esa es la evidencia que el Espíritu habita en nosotros. Esa es la evidencia que hemos sido santificados y llenos del Espíritu Santo.

Ese es el tipo de unción que necesita nuestro tabernáculo. La vida de Jesús abundaba en estas virtudes. Nosotros no podemos aspirar a lo que no es genuino y conformarnos con ello porque nos sentimos bien. Nosotros no buscamos nuestro bien, sino el agradar a Dios con lo que El ya ha prescrito.

Cuando el tabernáculo de nuestra vida ha sido levantado, ordenado y ungido, entonces veremos la realidad de la cuarta lección:

EL TABERNACULO FUE LLENO CON LA GLORIA DE DIOS.

“y la gloria de Jehová llenó el tabernáculo”.

Esa es la respuesta de Dios cuando hacemos las cosas de acuerdo al patrón. Dios le dijo a Moisés, y el escritor de Hebreos lo cita así:

“Mira, haz todas las cosas de acuerdo al modelo” (Hebreos 8:5b).

La gloria del Padre es lo más sublime a lo que podemos aspirar en esta vida, porque esa gloria es la manifestación del placer divino.

El agrado de Dios se hace palpable con nuestro espíritu.

No es algo pasajero y simplemente emocional. Va más allá de los sentimientos. Es la convicción de una realidad innegable que trasciende todo lo conocido con los sentidos de la carne.

Es más que una alegría o un sentir emotivo. Es temor santo y gozo inefable unidos en un abrazo de procedencia celestial. Es humillación y exaltación,  abrazados de una manera inseparable. Es una revelación terrible y la misma vez,  gloriosa.

Y no puede ser producido por nosotros, SINO UNICAMENTE POR EL. Él quien es el habitante eterno del tabernáculo.

Esa gloria nos liberta de nuestros temores y complejos. Hay temores normales y temores anormales. La gloria nos libra de los temores anormales. Esa gloria desvanece el orgullo y también la cobardía. Esa gloria acaba con la necesidad del reconocimiento de los demás, porque nos asegura con la seguridad del reconocimiento de Dios. Esa gloria hecha fuera los complejos, porque nos llena de la realidad de lo que verdaderamente es valiosa. Con esa gloria podemos perdonar,  porque ella nos muestra nuestras propias faltas y equivocaciones. Esa gloria produce una quietud de espíritu y una paz que pasa todo entendimiento.

Oh, ¡cuánto necesitamos de esa gloria en nuestro tabernáculo!

Invito al lector a ir en busca de las instrucciones divinas, para que así  podamos edificar un tabernáculo digno de la gloria de Dios.

Hay tantas cosas a las cuales se les llama el producto de la gloria de Dios. No nos conformemos con imitaciones. Hoy vivimos en los tiempos de las imitaciones. La imitación del azúcar, la imitación de la sal, la imitación de los sabores. Se les llama “substitutos”.

Los substitutos nunca son como lo genuino. Y lo que concierne a los asuntos del alma,  solo debemos desear lo que es genuino. Lo genuino es lo que procede del trono de Dios.

Si tantos tienen la gloria verdadera, ¿por qué existe tanta inquietud? Es por causa del substituto. Hoy hay escasez de esta verdadera gloria. Estimado lector, si usted está interesado en la verdadera gloria de Dios, no la detenga conformándose con la gloria pasajera de la religiosidad.

Levantemos, pues, un verdadero tabernáculo, ordenémoslo, unjámoslo y EL RESTO LO HARA DIOS.  Amén.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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