Editorial

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Hemos pasado la marca de la mitad del año. ¿Qué ha pasado? ¿Qué ha cambiado en el mundo que vivimos? Y la pregunta más importante, ¿qué ha cambiado en nuestra vida? Alguien ha dicho que nada cambia porque nada cambia. Hay una gran verdad en esa declaración. No podemos esperar cambios si todo sigue igual.

Jesús cambió el mundo histórico y espiritual porque trajo un cambio con su nacimiento, su vida, sus enseñanzas,  su muerte y resurrección. La Biblia nos habla de ir de fe en fe y de gloria en gloria. O sea, Dios respalda el cambio. Pero el cambio para bien, ese tipo de cambio que produce una transformación que nos lleva a otro nivel en el Espíritu.

La historia está saturada de episodios que produjeron cambios tan impactantes, que éstos han sido recogidos por los historiadores. Estos cambios no pudieron ser ignorados, y por eso llegaron hasta nosotros. A pesar de los ataques de los enemigos de la cruz,  el Espíritu  Santo protegió esa bendita información y por ello muchos hemos sido enriquecidos y fortalecidos en nuestra resolución a no conformarnos con imitaciones.

Nuestros antepasados fueron hombres que apoyados en Dios produjeron lo que Dios diseñó para sus generaciones. No fueron holgazanes ni tampoco conformistas, y mucho menos, conformistas de imitaciones baratas. La visión que tuvieron en sus rodillas no fueron visiones religiosas ni vanas. Ellos poseyeron una visión respaldada por el mismo cielo. La mejor prueba que tenemos de ello es los frutos. Bien dijo el Señor que el árbol es conocido por su fruto.

Yo me pregunto hoy, una y otra vez, pues es algo inquietante para mí, ¿dónde se hallan los hombres de visión y revelación? En la Babilonia espiritual hablan de sueños y visiones, pero no es nada más que una baratísima imitación y copia de lo que es algo que se parece a la verdad. ¿Dónde están las fibras espirituales que producirán una senda derecha y saludable para la generación venidera? Soy sincero al decir que es algo que me preocupa y toma mucho espacio en mis pensamientos. Cuando miro hasta donde alcanza mi visión  no veo lo que quisiera ver. Esto no solo me preocupa sino que produce temor en mí. Sé que la iglesia no es mía, ella es de Dios. Sé también que Dios siempre tendrá su iglesia, pero repito que me preocupa en que fallemos en reconocer el papel que nosotros debemos desempeñar. ¿Qué vamos a pasarle a esta joven generación? ¿Más de lo mismo? Hay necesidad de un cambio que realmente sea notable y arrebatador, cuando hablo de arrebatador me refiero a lo que es asombroso y poderoso. El avivamiento esperado y anhelado por algunos de nosotros es lo que producirá ese cambio. Cambios como ese sacudieron las estructuras babilónicas de los tiempos de Daniel Warner, Speck y Waren. Cambios como esos produjeron terremotos espirituales en el siglos 19; por causa de las vidas de hombres como Jorge Witfield, David Brainerd, John Fletcher y Wesley, para mencionar algunos. Bajo la predicación de Andrew Murray, Carey y Charles Finney y Evans cientos de miles fueron quebrantados para salvación, mientras que cientos de miles de creyentes fueron  encendidos con una llama espiritual que quemó la sociedad como si fuera paja seca.

¡Oh, Dios de los cielos  y la tierra, visítanos otra vez, y haz que caigan las escamas de nuestros ojos para ver las cosas como debemos verlas!

Necesitamos lo genuino no una imitación. Señor Eterno, calma nuestra sed y mitiga nuestra hambre por Ti. Es a Ti a quien queremos. Amén.

En una ocasión un anciano se bajó de un autobús en un pequeño pueblo. Su caminar era extraño, pues estaba algo jorobado y al caminar atraía la atención de los demás. Un grupo de adolescentes reunidos en una esquina de la calle, lo observaban y comenzaron a reírse y burlarse de él. El anciano no se inmutó por aquellas burlas, sino que siguió su difícil caminar. El se paraba para hacer preguntas a algunas personas. Parecía un poco confundido e inseguro. Entre aquellos jovencitos estaba Pablito, quien vivía con su madre, después de seguir jugando y pasando el tiempo en travesuras Pablito sabía que ya era tiempo de regresar a su casa.

Cuando abrió la puerta , su madre muy alegre le dijo que tenía una gran sorpresa para él. Lo guio a la sala y allí con la cabeza baja y aguantando su sombrero estaba el anciano de quien él y sus amigos se habían  burlado tanto. La madre de Pablito le recordó aquella historia bien conocida para él. Resulta que cuando Pablito era un niño muy pequeño, había tropezado al soltar la mano de su madre y se había caído en el lago del pueblo que estaba casi congelado. Un extraño saltó en las frías aguas y salvó a Pablito de una muerte segura. La madre nunca volvió a ver al joven galante y valiente que había salvado a su hijo, pero con el tiempo ella descubrió  quien él era. El joven se había mudado del pueblo, pero de tiempo en tiempo se comunicaba con la madre de Pablito. ¡Que sorpresa la de Pablito! Allí, con sollozos, Pablito confesó lo que él y sus amiguitos habían hecho, y le pidió perdón al extraño y a su mamá. El anciano se había quedado jorobado  por causa del daño causado por aquella heladas aguas.

Cuántos hoy se burlan y se mofan de un Cristo que desconocen. No saben ni entienden el sacrificio que El hizo por ellos en el Calvario. Muchos se burlan de la Biblia, ese Santo Libro que cuenta del amor del Redentor. ¿Tendrán la oportunidad que tuvo Pablito de rectificar sus maldades?

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