Mateo e Isaias

MATEO E ISAIAS,

UNIDOS EN UNA GLORIOA VERDAD

Pastor Alex Figueroa

“La caña cascada no quebrará, y el pábilo que humea

no apagará. Hasta que saque a victoria el juicio.”

-Mateo 12:20

 

Hay una unidad entre las palabras del evangelio de Mateo con la profecía de Isaías, ya que el primero está citando al último (Isaías 42:1-4). Es impresionante como los escritores, separados por sus profesiones y el tiempo (aprox. 500 años) declaraban al unísono la misma verdad. La respuesta la encontramos en que fue el mismo Dios quien los ungió a ambos.

Nunca fue tan necesario está noticia tan relevante a la condición del hombre. A todas las cañas cascadas  y a todos los pábilos casi apagados esta noticia debe ser causa de alegría sin igual.

La caña a la que se refiere el profeta Isaías era usada para mojarla en la tinta y poder escribir. Una vez que la caña se dañaba era echada en la basura. Quizás esto le ocurrió al profeta mientras escribía y la cual cita San Mateo.

¿Qué vio el profeta? Lo mismo que vio el discípulo de Jesucristo – gente golpeada, herida y sufrida que necesitaban al Salvador. El mundo sigue hoy  poblado por cañas cascada y pábilos que yacen apagados. Nuestra humanidad es como un campo después de una guerra, que por  doquier  se  pueden ver  los cuerpos mutilados, se puede oler la muerte y la putrefacción de niños, jóvenes, adultos y ancianos, de todas las razas, rangos y posiciones sociales, los cuales, como en la visión de Ezequiel del valle de los huesos secos, yacen esparcidos sin esperanza.

Hay tres verdades que resaltan en la cita de Mateo. Si dejamos que el Espíritu de Dios nos las muestre, encontraremos nuevas razones para dar gloria a Dios. Estas son dichas verdades:

LA GRAN COMPASION DE JESUCRISTO

“La caña cascada no quebrará”. Todos los seres humanos hemos sido golpeados por el pecado. El pecado es la transgresión de ley divina. Y también la omisión de todo lo que es  nuestro deber ante un Dios santo.

En Lucas 10:30, Jesús enseño la parábola del “Buen Samaritano”, en la cual podemos ver como la humanidad ha sido robada, golpeada y herida por el enemigo de las almas, hasta no quedar esperanza visible. También, en Lucas 15 nos encontramos con un joven, quien deja a su padre, y se va de su casa, terminando en el fango, rodeado por cerdos, humillado hasta lo sumo y al borde de un “no retorno”. Estas parábolas, y tantas otras que podemos mencionar nos revelan cuan cruel ha sido el trato recibido de un amo maligno y cruel como es el diablo.

Sin embargo, en las parábolas citadas vemos la compasión de Jesucristo.

En la primera Jesucristo es movido a misericordia y rescata al hombre medio muerto, curando sus heridas y llevándolo al Mesón para que pueda recuperase. En la segunda parábola, Dios hace posible que el hijo pródigo vuelva en sí, reconozca su dañada y miserable condición, y regrese a su Padre arrepentido. Finalmente es reconciliado con su padre y una celebración se lleva a cabo.

Esos casos revelan la condición de las cañas cascadas. Tiradas a un lado como inservibles. No pueden escribir nada digno. Su uso ha sido dañado completamente. Así el Señor describe la paupérrima condición del hombre que ha vivido separado de El.

La magnitud de la profundidad de la mente del Rey del universo, puede describir con exactitud  el estado del hombre caído, y también su restauración y renovación.  Otros casos que salen a relucir son los testimonios de Mateo Leví, el despreciado publicano, María de Magdala, el paralítico de Betesda y la mujer samaritana. La vidas de estos personajes bíblicos nos revelan que solo Dios es capaz de hacer lo que es imposible para el hombre.

Los seres humanos han podido llegar a la luna, pero no pueden transformar el interior de un ser humano. La complejidad mental, emocional, moral y espiritual del hombre les ata las manos a los expertos de la tierra.

En la profecía de Isaías, citada por Mateo observamos también lo siguiente:

EL GRAN PROPÓSITO DE DIOS

“El pabilo que humea no apagará”. Cuando Jesús nació y pudo ver en su carne el cuadro patético de su creación, se encontró con almas que se habían acostumbrado a vivir sin luz y sin fuego. La frialdad y las tinieblas reinaban  sin ser retadas. Vidas sin esperanza, humeando ya, porque el fuego había sido extinguido por el pecado y los golpes de un mundo cruel y malvado. En ellos no había fuego para amar a Dios, no había fuego para servir a Dios y adorarlo. Los pabilos humeaban enviando el mensaje de que ya no servían para lo que habían sido creados.

Una vela que no está encendida no sirve. Solo sirve su propósito cuando se enciende. El pábilo es la parte de la vela que hace posible el fuego y la luz. No es el deseo de Dios que los pábilos pierdan la esperanza de recuperar la razón de su existencia.

El gran propósito de Dios es prenderle fuego a los pabilos. Cristo dijo que El había venido a traer fuego a la tierra. Y esa declaración se puede apreciar desde diferentes ángulos.

La realidad es que Dios desea encendernos. Su Espíritu es fuego. Su palabra es fuego. El hace que lo que está muerto viva. El hace que los moribundos revivan.

En una visión que tuvo Ezequiel el profeta, el mostró como por medio de su Espíritu le devolvió la vida a un gigantesco cementerio.

Cuando creó a Adán, aquello que era barro con la forma de un hombre y hacia en la tierra, recibió vida cuando el Todopoderoso sopló en su nariz aliento de vida.

El pabilo puede recuperar su llama con la cantidad correcta de aire. Solo el Creador sabe cuánto y cómo. Después de todo, El es quien creó el pábilo.

En la caña cascada vemos la misma lección. ¿Por qué usar recursos para reparar una caña cascada? ¿No es mejor crea una nueva?

Pero el Señor no vino a sanar a los sanados, el vino a sanar a los enfermos, a reparar las cañas cascadas.

Una caña cascada es peligrosa en las manos del escribiente, puede dañar la mano de quien la empuña. Así es el hombre herido. Los heridos hieren.

Gente herida hiere. Es parte de una realidad que vemos en la sociedad.

Hijos abusados abusan a sus hijos también. Hijos de padres alcohólicos se hacen alcohólicos. Lo mismo ocurre con los drogadictos. Y el patrón se ve en otras áreas. No es porque lo tengan en sus “genes”, sino porque lo que sufrieron en su niñez, lo que vieron  en  su  niñez y  los que  aprendieron  en  su niñez,  es de la manera que ven el mundo que los rodea, y esa es la forma de ellos comunicarse con el exterior.

Repito que una caña cascada es peligrosa. Pero el propósito de Jesucristo es la de repararla. Aunque para el mundo no parezca que tienen valor, para el Creador si lo tiene. El no quebrará la caña cascada. El no partirá y desechará la caña dañada. El vino a sanarla. El vino a deshacer las obras del diablo. Su venida en el mundo fue con el propósito de levantar lo caído, de salvar lo perdido, de limpiar lo inmundo. Las cañas cascadas son parte de su misión.

La ley de Moisés no pudo tratar con las cañas cascadas. Bajo la ley los desobedientes, los adúlteros y los blasfemos eran apedreados. No había esperanza para ellos.

Sin embargo la gracia de Jesucristo trata con los todas esas cañas cascadas. Bien lo expresó el apóstol Pablo, diciendo:

“¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios?

No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros

ni los afeminados, ni los que se echan con varones,

ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los

maldicientes, ni los estafadores heredarán el reino de Dios.

Y esto erais algunos; MAS YA HABEIS SIDO LAVADOS

HA HABEIS SIDO SANTIFICADOS, YA HABEIS SIDO

JUSTIFICADOS EN EL NOMBRE DEL SEÑOR JESUS, Y POR

EL ESPIRITU DE NUESTRO DIOS”. -1 Corintios 6:9-11.

Como vemos lo que la ley no pudo hacer, la gracia de Dios si fue capaz de hacerlo. La ley desechaba las cañas cascadas, pero la sangre de Jesucristo fue derramada para lavar, y restaurar las cañas cascadas. No hay que apedrearlos y botarlos, el propósito del cielo es justificar, lavar, santificar y restaurar. ¡GLORIFICADO SEA EL NOMBRE DE NUESTRO SEÑOR JESUS!

No solo vemos LA GRAN COMPASION DE DIOS y  EL GRAN PROPOSITO DE DIOS, sino que nos llama la atención algo más:

LA GRAN GLORIA DE DIOS

“Hasta que saque a victoria el juicio, y en su nombre esperarán los gentiles”. (vers. 20-21).

La gran gloria de Dios es darnos la victoria. Que la justicia triunfe sobre el mal. Que en los corazones haya una proclamación de victoria. Hasta que la injusticia sea tragada por la victoria de la cruz. ESTO TRAE GLORIA A LOS PIES DEL QUE DIO SU VIDA POR NOSOTROS. Las naciones lo podrán ver y le darán el crédito a Dios. Los familiares, los amigos, los compañeros en trabajo, los que asisten  a las escuelas y universidades, verán en carne la victoria que hay en Cristo.

No podrán evitar ver que las cañas cascadas y los pábilos que humeaban, de una manera milagrosa están viviendo victoriosamente. Ya no tienen que depender del alcohol, o de las drogas, ya no maldicen para desahogarse, no roban ni pelean para alcanzar lo que necesitan, viven en paz y tienen un brillo diferente en sus ojos. Es el brillo del gozo del alma, el brillo de la restauración, el brillo de la esperanza y la victoria..

Cuando los hombres vean esta luz, glorificarán a nuestro Padre que está en los cielos (Mateo 5:15).

La transformación y sanidad de un alma glorifica a Dios. Su gran gloria es salvar. Dios no quiere que nadie perezca, sino que los hombres vengan al arrepentimiento.

Tanto Isaías y Mateo estuvieron de acuerdo en esta revelación gloriosa.

La visión que tuvo Isaías fue vivida en carne propia por Mateo, quien fue una caña cascada y un pabilo que humeaba. Su profesión de colectar los impuestos de Roma lo hacían despreciable.   Su vida estaba dañada por el desprecio y la soledad. Sus bolsillos pudieron estar llenos, pero su corazón estaba vacío. Gozaría de autoridad temeraria sobre sus víctimas, pero su corazón su alma estaba fría porque le faltaba la llama del amor de Dios.

Jesús lo encontró sentado a la mesa de los tributos, y le dijo: “Sígueme”.

Y dejándolo todo le siguió, dice la Palabra.  Lo siguió tan diligentemente y rápidamente porque él sabía lo que otros no veían en él. Mateo Leví necesitaba Aquel que repara las cañas cascadas  y están al punto de ser extinguidos para siempre.

De tal manera lo restauró que escribió el más extenso de los relatos de la vida de Jesucristo: El evangelio de San Mateo. La caña escribió bajo la unción de quien lo reparó y puso el fuego en su corazón. Amén.

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