Editorial

La carrera ha comenzado en estas primeras semanas del año 2012. No es lo rápido que corramos lo importante, sino como lo  hacemos. Se han dado casos de personas aparentemente ganadores quienes fueron descalificados por inconsistencias encontradas en su funcionamiento. En su carta a los corintios, el apóstol Pablo nos habla de correr de tal manera que obtengamos el premio (1 Cor. 9:24b). El no se estaba refiriendo al logro en sí, sino a obtener el premio, corriendo de tal manera que logremos la meta con dignidad.

La integridad es más importante que el éxito. El éxito es pasajero, no así la integridad. En los últimos años hemos oído de famosos atletas, aplaudidos por las multitudes que fueron hallados culpables de usar esteroides y otras sustancias para ser más efectivos en su competir.

Tal conducta ha dejado una sombra oscura sobre los trofeos  y  reconocimientos  obtenidos  en  sus carreras. Los trofeos ya no lucen tan atractivos y brillantes. No corrieron con dignidad ni con honestidad.

En la vida cristiana somos exhortados a correr ante una nube de testigos. Todo lo que hagamos carnalmente, inyectando esteroides y sustancias ilegitimas, para poder alcanzar el premio que deseamos, echará a perder la sana razón por la que comenzamos a correr. ¿Para qué correr si no lo hacemos por las razones correctas?

Que en este año 2012 corramos debidamente la carrera que tenemos por delante.

De nada vale correr para obtener elogios, reconocimiento y adulación. Corramos para glorificar a Dios nuestro Padre. Que de la manera que corramos saque exclamaciones de aprobaciones de los ángeles que nos observan.

Realmente somos indignos de estar en esta carrera espiritual. No lo merecemos. No somos ni dignos de estar en el estadio como observadores. Estamos tratando con cosas eternas y divinas.

No estamos en un juego de exhibición. Estamos corriendo  por  nuestras  almas.  No  corremos  por necesidad de probarles a otros que “podemos”.

Debemos correr, mientras que entre buches de aire, tragamos en seco, expresamos nuestra gratitud a Dios de hacer posible que por su gracia corramos para su gloria y honra.

Corremos enfocados en la meta. No tenemos tiempo para mirar hacia las gradas para ver quien nos aplaude o no. No podemos distraernos en esta hora tan peligrosa. Estamos más cerca de la meta que antes.

Si alguien nos pasa corriendo más rápido no se inmute en su enfoque.

Parece que ese  otro corredor no tiene los problemas que usted tiene. Nadie sabe lo que los otros corredores tienen ni lo que ellos están sintiendo. Siga enfocado en la carrera. Corra bien. Corra con integridad. Corra santamente. Corra abrazando la verdad.

Mientras que el mundo materialista corre en su propia carrera loca, y los religiosos corren en su carrera  equivocada,   usted  manténgase  corriendo sabiendo realmente por qué corre. ¡Hay que saber por qué corremos esta carrera espiritual!

Correr en esta carrera implica decir no a buenas ideas. Hay ideas que parecen ser buenas, pero no vienen del Espíritu y se desvanecen perdiendo el impulsivo comienzo. No queremos ser mediocres en todo y  excelentes en nada. A veces la tentación es “hacer un poco de todo”. Es agotador y desgasta nuestra efectividad emocional y espiritual. Esto me hace recordar las palabras del apóstol Pablo “Esta cosa hago, no podemos especializarnos en muchas cosas. Dios nos ha dado dones de acuerdo como a El le ha placido. Copiar el don de otro miembro del cuerpo es un fracaso, que nos llevará a la frustración. No trate de imitar el otro corredor. Corra de acuerdo al Espíritu. No copie el estilo de correr de otro. No hay gloria en ello. Siempre quedará un vacío en el interior. Es por eso que la codicia es pecado ante Dios. La codicia es un síntoma de no estar satisfechos. Esto ha hecho que tantos se salieran de la carrera en tiempos pasados. Y sigue ocurriendo lo mismo en el tiempo presente.

Es imprescindible saber verdaderamente por qué hacemos lo que hacemos. Si lo que nos impulsa es para agradar a alguien,  para  proyectar  una imagen incorrecta de quienes verdaderamente somos, o para  vivir  una  fantasía  creada  por nuestro propio ego, caeremos y nos tragaremos el polvo de una derrota fabricada por nosotros mismos.

No le temo al futuro, pero sí temo el creer impresiones creadas por mi propia imaginación y engañarme a mí mismo a medida que corro en este nuevo año. Dios me guarde y Dios lo guarde a usted, querido lector de correr en vano o dar golpes al aire.

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