Alex Figueroa Pastor
“Después degollará el macho cabrío en expiación por el pecado del pueblo, y llevará la sangre detrás del velo adentro, y hará de la sangre como hizo con la sangre del becerro, y la esparcirá sobre el propiciatorio y delante del propiciatorio.”
“Y saldrá al altar que está delante de Jehová, y lo expiará, y tomará de la sangre del becerro y de la sangre del macho cabrío y lo pondrá sobre los cuernos del altar alrededor.”
-Levítico 16: 5 y 8
No es posible hacer suficiente énfasis en la importancia de los tipos que aparecen en la dispensación de la ley mosaica. Estos tipos o ceremonias encontradas en el Antiguo Testamento sirven como un ancla para nuestra fe. Sirven como una confirmación a lo que creemos en este tiempo de la dispensación de la gracia. Cuando el plan de redención es estudiado es necesario hacer caso de los símbolos atrás establecidos. Nada es más importante que entender claramente como Dios trata el asunto del pecado. Dios estableció claramente una fórmula, para alcanzar la verdadera liberación del pecado. No somos verdaderamente redimidos si no lo somos de acuerdo a lo establecido por Dios en su Palabra eterna.
Es interesante leer como los santos escritores del Nuevo Testamento, hicieron referencia constante a lo establecido por Dios en el primer
pacto. No hay mejor ejemplo que lo que leemos en el libro de Hebreos, especialmente al escudriñar los capítulos 9 y 10. En Hebreos 10:1, refiriéndose a las ceremonias levíticas, leemos:
“Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas…”
Esta declaración tan significativa revela que, las ceremonias bajo la ley solo tenían la efectividad de su simbolismo. En realidad no podían hacer algo por el bienestar moral de Israel. Sin embargo, Dios los usó como un medio para establecer grandes verdades. De ahí, el hecho de cuán trascendental es el simbolismo de las Escrituras.
Lo que hoy creemos en la dispensación de la gracia, tiene que concordar con las ceremonias y hechos de la dispensación levítica.
Por lo tanto, declaro en el comienzo de este artículo, que si hubo dos aplicaciones de sangre bajo la ley de Moisés para tratar el asunto del pecado, entonces es necesario dos aplicaciones de sangre hoy para tratar el asunto del pecado en el corazón.
ENTENDIENDO LAS EXPRESIONES
La palabra salvación significa total libertad. No obstante, esa palabra se utiliza mayormente para referirse a la obra inicial cuando alguien se convierte a Jesucristo.
La palabra “salvación” tiene un significado que alcanza toda la obra de Dios en el corazón del hombre. Es verdad que en ocasiones tiene referencia a nuestra reconciliación con Dios por medio de la sangre de Cristo. Sin embargo, insisto en esto: la salvación es la obra completa de Dios en relación al pecado en el hombre.
En el verdadero significado de la frase “tener la salvación”, implica total liberación de todo pecado, los cometidos y el heredado. En ocasiones la expresión se intercambia. Una salvación no es una verdadera salvación si ésta no está completa.
Cuando el pecador se arrepiente de sus pecados cometidos, Dios le imparte la salvación COMPLETA de esos pecados, pero hay una condición que queda en el corazón, la cual fue heredada de Adán. Esa es la razón por la cual todos los hombres llegamos a ser pecadores:
PECADO Y PECADOS
Nacemos con un pecado del cual no somos responsables, pero si lo somos de aquellos que hemos cometido personalmente. El pecado pasó a la raza humana por nuestro primer padre, Adán.
Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. …porque si por la transgresión de aquel uno murieron los muchos.
Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte. Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres.
Porque así como la desobediencia de un hombre, los muchos fueron constituidos pecadores.
-Romanos 5:12-19
Las Escrituras citadas prueban a la saciedad que el pecado es una condición heredada. Alguien pudiera preguntar por qué Dios culpa al hombre por eso. Dios no culpa al hombre por la heredad que le ha sido pasada, SINO POR LOS PECADOS QUE HAN SIDO COMETIDOSDESPUES DE RECIBIR EL ENTENDIMIENTO. El hombre no puede arrepentirse de una condición con la cual nació, pero si lo puede hacer por lo que él ha hecho usando su voluntad.
David en uno de sus salmos declara que él fue concebido en pecado y en la maldad fue formado (Salmos 51:5). Pablo testifica que cuando el conocimiento de la ley de Dios llegó a su entendimiento, el pecado que estaba como muerto en él, revivió y fue vendido al pecado y el pecado lo mató espiritualmente (Romanos 7:8-12). El pecado que mata es el que cometemos, no el que heredamos. En la cruz Jesús murió por ambos.
DOS APLICACIONES DE SANGRE
Estas dos aplicaciones de la sangre son necesarias por dos razones de suma importancia. En primer lugar, por causa de los tipos y anti-tipos encontrados en la revelación escrita de la Biblia. Y en segundo lugar por la necesidad de tratar con el pecado en la manera correcta.
En los tipos y símbolos dados por Dios a la orden levítica podemos observar la aplicación de la sangre en los dos altares.
El primer altar era donde los sacrificios por los pecados eran ofrecidos. Allí la sangre era derramada al pie del altar y aplicada a sus cuatro cuernos. En ese altar, llamado el altar de bronce, el cual estaba colocado en el atrio del tabernáculo, Dios trataba con los pecados cometidos por el pueblo de Israel. Pero una vez al año, llamado el Día de la Expiación, el sumo sacerdote, llevaba la sangre del altar de bronce, entraba en el Lugar Santo, aplicaba la sangre en el segundo altar, llamado el altar de incienso o altar de oro, entonces atravesaba el velo que separaba el Lugar Santísimo (donde se encontraba el Arca del Pacto), completando así lo establecido por Dios en lo relacionado al pecado.
Dos altares. El primero es un símbolo de cuando Cristo murió por nuestros pecados. El segundo altar es también un símbolo de nuestra rendición total a Dios, y como la sangre de Cristo es aplicada a nuestra disposición egoísta y carnal. En el primer altar Cristo muere. En el segundo altar morimos nosotros, para ser santificados.
Cristo amó al mundo para que éste fuera salvado; pero también murió para santificar a su iglesia (los ya salvados). (Efesios 5:25.27).
La primera aplicación de sangre limpia los pecados cometidos. La segunda aplicación de sangre limpia la CAUSA del pecado. Amén.
Estimado lector, ¿ya ha tenido estas dos aplicaciones?
Si ha sido perdonado de sus pecados y ha hecho la paz con Dios, ¿todavía nota que no puede controlar su carácter, y que no tiene mucha paciencia para soportar, o quizás no tiene fuerzas antes los problemas y las pruebas, o tiene momentos de celos y contiendas y no tiene estabilidad en su caminar con Dios?
Eso es una señal de la necesidad de la segunda aplicación de la sangre de Cristo.
La segunda aplicación nos da dulzura, destruye el egoísmo, somos poseedores de un gozo inefable y de una paz sin medida. Con esa segunda obra de gracia, podemos hacer la perfecta voluntad de Dios y somos dóciles ante la Palabra Divina. La segunda aplicación termina con el sectarismo y la división. ¿Goza usted de esta segunda experiencia?
El Espíritu Santo es quien nos santifica (Romanos 15:15). Santificar es separar para un uso santo, hacer santo y puro. No existe la verdadera pureza si el corazón no ha experimentado la segunda aplicación de la sangre.
La ofrenda del cuerpo de Cristo en la cruz, también hizo posible la perfección del creyente en Cristo.
Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados.
Hebreos 10:14
La santificación no es un proceso de crecimiento, SINO UNA OBRA INSTANTÁNEA EN EL CORAZON. Crecemos en la gracia de Dios no en Su santificación. Es precisamente la santificación la que acelera el crecimiento en la vida del creyente. Así como el nuevo nacimiento no es algo paulatino o progresivo, tampoco lo es la santificación. LAS DOS OBRAS SON INSTANTÁNEAS. Los discípulos tuvieron dos experiencias, Pablo tuvo dos experiencias (Hechos 9), los creyentes en Samaria tuvieron dos experiencias (Hechos 8). Cornelio tuvo dos experiencias (Hechos 10). Los cristianos somos exhortados a entrar en el Lugar Santísimo y no permanecer únicamente en el Lugar Santo (Hebreos 10:19). ¿Ha pasado usted del Lugar Santo al Lugar Santísimo? Cristo abrió el camino a Lugar Santísimo. Cuando El murió en la cruz, literalmente el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo (Mt. 27:51). Pero en la cruz, el velo de su carne fue rasgado para hacernos el camino a la PLENITUD DE DIOS.
Algunos quieren argumentar que el velo fue rasgado para crear un solo lugar, pero no es así como Dios quiere que lo percibamos. El velo fue rasgado no para hacer un solo cuarto, sino para dar paso al segundo cuarto. La otra realidad es que los dos altares permanecieron en sus lugares. Dos altares, dos aplicaciones de sangre.
Si el creyente no tiene esta segunda aplicación de la sangre de Cristo vivirá con una batalla interna. Las batallas nuestras deben ser con el exterior no con el interior. Cuando el Espíritu Santo toma completo control de nuestro ser, no habrá batallas internas, las batallas sera contra las tentaciones que vienen del exterior. El interior vivirá en total armonía con la voluntad de Dios. Donde hay completa armonía, existe completa paz. Paz que sobrepasa todo entendimiento.
No podemos tropezar con nosotros mismos. Y es eso, precisamente, lo que ocurre cuando la segunda obra de gracia no se ha llevado a cabo en el corazón.
El cristiano no santificado tropieza con él mismo, es decir, con su voluntad y egoísmo.
Es el Espíritu Santo quien lleva a cabo esta bendita segunda aplicación. Lo único que puede tratar con el pecado es la sangre de Cristo. No hay remisión de pecados sin la sangre (Hebreos 9:22). Fue por medio del Espíritu Santo que Cristo pudo hacer este ofrecimiento al Padre (Hebreos 9:14).
Refiriéndose al derramamiento del Espíritu Santo, el profeta Joel dijo (simbólicamente) que habría SANGRE. Y el apóstol Pedro la ratificó en su sermón en aquel día histórico (Hechos 2:17-19).
Los discípulos aunque eran salvos de sus pecados cometidos, eran todavía carnales. Necesitaban la sangre de Cristo (no solo para su expiación), para ser limpios de su carnalidad. Una de estas señales fue la aparición de las lenguas de fuego que se asentaron sobre sus cabezas.
Cuando el Espíritu Santo descendió sobre Jesús, lo hizo en forma de paloma. Pero con los discípulos no fue así. El fuego fue mostrado como señal de lo que había que quemar en ellos.
En el toque de la primera trompeta profética de Apocalipsis, encontramos que el mensaje que se oyó en esos primeros tiempos fue un mensaje de granizo, y fuego mezclado con sangre (Apoc. 8:7). ¡Qué mensaje tan poderoso! Una predicación sólida (el granizo) mezclado con el fuego del Espíritu Santo y la Sangre de Jesucristo. Repito que la sangre es el agente que trata con el pecado.
Y el Espíritu Santo es quien sabe cómo aplicarla al corazón.
No se quede a medias, estimado lector, acuda a esta fuente que fue abierta en el Gólgota. Hay una fuente sin igual para los que practican el pecado y también para los que conviven con una herencia adámica. Amén